Thursday, April 21, 2011

La patología ciclista de Mérida.


La bicicleta se insinúa como instrumento de ciudadanía, trazar sus recorridos múltiples es abrir la puerta e instalarse de lleno en la antesala de la pasión bicicletera.

Una ciudad se define por el tipo de patologías que impulsa. El ciclismo fanático y la bicimanía podrían considerarse locuras típicas de Mérida, aunque no exclusivas ni las únicas. Bicicletear intensamente es entregarse a una pulsión, a una clase de compulsión que esta ciudad alimenta con generosidad. Las personas se mueven en bicicleta con pasión, van al trabajo, a la escuela, de compras, a la cita romántica, al médico, a comer una torta de asado, a las tortillas, al pan, a la cantina, siempre con ese fervor de quien vive en movimiento, un movimiento humano, natural, de amor, ese movimiento que nos alienta a continuar siendo fieles a la bicicleta pues nos devuelve parte de nuestra esencia.

Pedalear y recorrer un kilómetro tras otro debe esconder alguna superstición maya -intentando alimentar con nuestro movimiento en bici el movimiento universal- porque si uno transita por el centro histórico o por las colonias de la periferia puede atestiguar que no son pocos los cletófilos que parecen estar biológicamente incapacitados para dejar de circular en bicicleta. En los caminos de acceso a la ciudad, sobre todo, se tiene la impresión de que ciertos ciclistas urbanos creen, heróicamente, que Mérida se sostiene porque ellos siguen pedaleando, que la línea de cada vuelta de la rueda es la cuerda por donde avanza la ciudad y encuentra su equilibrio.

En cada ciudad se anda en bicicleta distinto, se miente y se calla distinto; cambian las cosas que se eligen omitir. En Mérida nadie se llama así mismo cletómano, amante de la bicicleta o siquiera ciclista, sólo se consideran personas, adjetivarse a partir de su gusto por la bici sería tanto como aceptar que la bici no es parte de su ser, su pasión no tiene nombre lo que no les impide gozarla interminablemente, el frenesí de la ciudad se alza contra el silencio de los que pedalean: un andar armónico y en equilibrio en dos ruedas versus una explosión ruidosa y sonsa en cuatro ruedas.

Una disciplina monástica en medio de una aceleración y una descortesía descomunales.

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