Sunday, October 14, 2007

Por qué soy bicicletero



Mi padre anduvo en su bici desde muy chavo. En la última etapa de su vida laboral, de los 53 a los 58 años viajó diariamente a su trabajo desde Vallejo hasta San Angel, ida y vuelta claro, luego lo cambiaron a Azcapotzalco y los dos últimos años antes de jubilarse se iba igual en bici. Mi padre sólo tenía un ojo, el otro lo había perdido en la juventud cortando leña.

Cuando yo iba con él a algún lado me sorprendía su habilidad para conducir la bicicleta, ciertamente era un temerario, a finales de los setenta lo habían atropellado en Ejército Nacional fracturándole una pierna y rompiéndole ocho costillas. En cuanto se recuperó volvió a montar su bici. Todos pensábamos que un día inevitablemente lo atropellarían en su bici pues la usaba para ir a casi todas partes.

Un día mi padre fue a pagar el agua a Tlalnepantla, esa vez decidió irse caminando, cuando atravezaba en una esquina en Mario Colín un microbús se pasó el alto y a él le
arrebató la vida y a toda la familia nos arrebató a un hombre excepcional.

Tuvo 9 hijos, 10 conmigo, que en realidad era su nieto, pero me quiso y me cuidó tanto o mejor que a sus hijos, y yo lo amé y lo respeté tanto o más de lo que se debe amar a un padre, cuando llamaron a la casa para avisar del accidente (por fortuna llevaba una identificación con domicilio y teléfono) el personal del SEMEFO pidió que fueramos a identificar a un hombre "como de cincuenta y ocho años" de tal nombre y con x características.

Deseamos que fuera un error y que no fuera mi padre. No se trataba de un error, sí era él, tenía 72 años.

Una razón más para amar a la bici y odiar a los autos, en especial a los micros.

Sé que por mi padre yo soy bicicletero y siempre lo seré.

En tu honor "Juan Narciso": 24-Junio-1921 -- 17-Enero-1994.

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.(_) /(_) "Work to Eat. Eat to Live. Live to Bike. Bike to Work."

Saturday, September 08, 2007

Violencia en Bicicleta


A propósito de la violencia en la ciudad, el andar en
bicicleta y la Masa Crítica quiero contarles esta
historia.

Por Everardo Flores.

Circulaba por Isabel la Católica tranquilamente, con
el grado de distracción y ensimismamiento que alguien
en bici puede permitirse circulando de noche por una
calle con tráfico regular y mediana iluminación
cuando repentinamente escuché muy cerca de mi un grito
infernal lanzando desde un auto que se acercó lo
suficiente como para descontrolarme y meterme un
tremendo susto, más no para hacerme caer de la bici.

El coche siguió su camino, como si nada, sin ningún
indicio de intento de huída, ultimadamente, cuándo
podría alcanzar a un coche un pobre estúpido en
bicicleta, tan estúpido que se atreve a circular de
noche, como si su casquito, chalequito con reflejantes
y lucecita intermitente lo hicieran menos vulnerable
ante quien maneja un coche, máxime si este además va
blindado con la impunidad que generosamente ofrece
esta ciudad.

Más que el susto, fue precisamente sentir que esa
condición de minusvalía vial fue la que me había hecho
presa de la “graciosa broma” de esos sujetos. No lo
aguanté. Decidí seguirlos, los tenía en la mira. Claro
que a 60 kph es fácil dejar atrás a una bici, si no
fuera por el tráfico y los semáforos que, maldita sea
–piensan ellos-, no todos se los puede uno pasar so
pena de verse involucrado en un accidente,
(evidentemente muchos no consideran ni esto último y
será quizá por ello que hay tantos accidentes).

Pues tardé un poco, pero lo logré, se pasaron la luz
roja de Ahorro Postal y en Xola les tocó el verde,
tuve que darle duro toda la Álamos, la luz roja en
Obrero Mundial me ayudó a alcanzarlos, creí que el
siga en Viaducto me haría perderlos pero al fin, ya en
la Obrera, en el primer semáforo cruzando Viaducto les
di alcance, me acerqué al conductor y pues, como se
dice en nuestra muy querida y sufrida Tenochtitlan, se
la canté derecho, y para que viera que era en serio
le patee la puerta al coche. Ya no recuerdo si se lo
dije o lo pensé: -Órale güey bájate del coche,
pendejo- pues como lo hubiera dicho o pensado en dos
segundos ya estaban abajo él y su tarado amigo el
gritón, los dos como de 25 años más o menos, primero
el gordo que era el que iba al volante comenzó a
tirarme de patadas, alcancé a esquivarlas mientras me
bajaba de la bicla y la tiraba a un lado, de pronto
llega el otro y me tira un trancazo que hace volar mis
lentes y me deja viendo estrellitas, me tiran al piso
y eso sí, alcanzo a ver cómo el gordo está a punto de
agarrarme a patadas en el piso cuando entonces me
lanzo cual tacleador y lo tiro igual al piso, para
ese momento como se sabrá, ya teníamos una bolita de
gente al rededor y hasta tráfico se había hecho pues
el auto estaba a mitad de la calle.

Tirados en el piso, el gordo y yo, el gritón corre
mientras tanto hacia el auto y se pone al volante, fue
ahí que al fin desperté de la furia y por primera
vez, después de haber sido expulsado de mis
pensamientos por un grito infernal me pregunté: ¿QUÉ
DEMONIOS ESTOY HACIENDO?

Afortunadamente el gritón no pensó en atropellarme que
si lo hubiera pensado tarde habría sido pues nomás de
verlo subirse al coche yo ya estaba de pie y me había
echo a un lado. Le gritó a su amigo el gordo que se
subiera y ya en el auto aún tuvieron el descaro de
voltear hacia mi y burlarse seguro porque ahora sí,
traía cara de espantado.

La mía fue una historia de tantas de esta nuestra
violencia urbana de cada día, de esa violencia
generadora de violencia, no pretendo aquí justificar
mi actitud estúpida e irreflexiva por más que de
haberme caído la hubiera pasado muy mal nomás por una
“simple bromita”; cuando mucho lo que intento es
acercarme a una explicación de cómo un tipo,
reconocido por amigos y familiares como persona
pacífica, puede verse involucrado en una escena como
la antes narrada.

Pienso que las razones son las mismas que explican
actitudes similares en lo individual como en lo
colectivo en lugares como Nueva York, Roma o Pekín, y
esto es que por definición las Megalópolis son
sinónimo de violencia, sinónimo de las formas de la
decadencia que impone toda vasta concentración humana.

La Masa Crítica o "critical mass" aquí y en China es
violenta por antonomasia y por paradójico que parezca
también es una suerte de catarsis colectiva ante el
fenómeno dela violencia, violencia que se halla
interiorizada en cada uno de los habitantes de la
urbe, no sólo como las ganas de ajustarle cuentas a la
realidad a través de explosiones de furia, sino como a
la espera de lo inminente, la resignación ante la
carga de hechos injustos e irreparables que la ciudad
impone.

Obviamente esto no es sólo psicológico. Todo el
tiempo, en la medida de sus posibilidades y
posesiones, cada uno de nosotros aguarda la llegada de
la violencia, con las múltiples cerraduras de las
puertas, con los dispositivos de seguridad en los
coches, con los seguros sin los cuales no se transita
o con el simple miedo físico a los grupos o individuos
con los que uno se tropieza a partir de ciertas horas,
cargas de adrenalina pura como homenaje a la
omnipresente violencia urbana.

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(_)/ (_)"When I see an adult on a bicycle, I do not despair for the future of the human race." —H. G.Wells